El misterio de la Redención era también una de las grandes devociones del Padre Champagnat. Durante toda la cuaresma meditaba los sufrimientos del divino Salvador. Y, considerando que el tema era más que suficiente para ocupar a los Hermanos y alimentar su piedad, no les daba otro para meditación, lectura espiritual y, a veces, incluso para las lecturas del refectorio.
Dedicaba especialmente la Semana Santa la contemplación de este inefable misterio del inmenso amor de Dios a los hombres; la celebrada con gran recogimiento y como si fuera tiempo de retiro. Los tres últimos días celebrada los oficios litúrgicos íntegramente y con toda la piedad y solemnidad posibles. Durante muchos años, el buen Padre ayunó e hizo ayunar a la comunidad a pan y agua el Viernes Santo. Ese día no había recreo después del almuerzo: en toda la casa reinaba un profundo silencio; el día entero se consagraba a la asistencia a los oficios y a la lectura y meditación de los sufrimientos de Jesucristo.
El piadoso Fundador había hecho de la Semana Santa, para sí y para sus hijos, tiempo de renovación en la piedad y el fervor. Muchos de los que se hallaban en las escuelas se reunían con él durante esos días santos. Los recibía en particular para animarlos y avivar en ellos el espíritu de su estado. En los ratos libres que le dejaban los oficios, les daba conferencias y charlas sobre la Pasión de Jesucristo o sobre los deberes de la vida religiosa. En fin, aquella semana, como lo indica su nombre, era realmente santa, pues la dedicaba enteramente a la oración, a su propia santificación y a la de los Hermanos.
Fuente: http://champagnat.org/400.php?a=6&n=4688